Capítulo V - El corazón de un Wolfgang

Los jóvenes, tal y como lo había ordenado la Duquesa, se dirigieron al establo. Al salir de la casa, Bleue sintió el fresco aire de la campiña y respiró profundamente. 

El establo estaba alejado de la casa. Para llegar a él se tenía que caminar por unos 10 minutos a paso tranquilo. Bleue se percató de las montañas que estaban detrás de la mansión Wolfgang y se quedó prendida de aquel hermoso paisaje. Cada cierto tiempo, se giraba a ver la campiña de un lado y las montañas que se encontraban del otro.

Las caballerizas eran edificaciones cuyas paredes externas eran de piedra y de rejas metálicas en la parte más alta y en su interior era todo de madera. Aunque había espacio para más ejemplares, albergaba a unos 15 caballos únicamente. Los cuidadores de los caballos recibieron amablemente a los dos jóvenes, sonriéndoles a la vez que les hacían una reverencia.

Después de saludar, Thomas se acercó a un caballo de raza Morgan. 

- Es una yegua - aclaró el - su nombre es Morgana - el animal se acercó a la puerta del encierro al reconocer al muchacho, quién le acarició el rostro con ambas manos. Este era un animal muy dócil. La chica lo admiró por un momento, y luego se fijó que en el encierro de al lado estaba un caballo de raza lipizzana. - Ese es Argento, el caballo de mi madre.

- Tiene sentido, el animal es muy elegante, tiene su crin trenzada y muy adornada - observó Bleue. Thomas asintió; caminó un poco más y se detuvo frente a dos encierros, donde se encontraban unos Trotones franceses.

- Estos son Escarto - a la derecha de Thomas - y Sísifo, mi caballo. Escarto le pertenecía a mi padre - el joven suspiró antes de caminar hacia otro encierro - y aquí tenemos a Ónice, el caballo de mi hermano - el equino era de un color negro azabache, con una crin y cola negras y lustrosas.

- ¡Oh! ¡Es un canadiense! - exclamó Bleue asombrada.

- Si, este caballo es de los mismos ejemplares que usa la policía montada de Canadá - el animal en cuestión era, por demás, imponente y fuerte, la peor opción para un principiante.

- Es muy lindo Ónice, ¡Mira esa cabellera y esos músculos! Tu hermano debe ser un experto.

- Si - respondió Thomas, orgulloso - ellos han sido campeones en muchas competencias regionales, además de haber participado en varios torneos europeos. Como te imaginarás, Ónice solo puede ser cabalgado por el - Bleue asintió y se giró para ver que Sísifo y Morgana estaban siendo ensillados. La chica le sonrió a Thomas cuando este le ofreció el brazo para salir al campo.

Morgana era la más joven y dócil del establo, por lo que era adecuada para que alguien que nunca había cabalgado la montara. El encargado de los equinos colocó un banco para que Bleue pudiera subir a los lomos de su montura a la vez que Thomas le dio la mano para que se apoyase.

- ¿Cómo te sientes? - le preguntó Thomas a la chica una vez que estuvo en los lomos de Morgana.

- Más tranquila. Pensé que a Morgana no le iba gustar que yo la montara.

- Morgana es un amor - el joven le acariciaba la crin al animal que estaba relajado con la presencia de ellos. Procedieron a cabalgar a trote lento por el campo.

- ¿Por qué crees que tu madre nos pidió que viniéramos a las caballerizas? - le preguntó Bleue cuando se sintió totalmente cómoda con la cabalgata.

- Porque a Evan le encanta la cultura ecuestre - le respondió el, sin dejar de ver el camino - él tiene un precioso trotador italiano llamado Dante.

- Y, por lo que veo, a Evan también le gusta la literatura - observó Bleue.

- Estás en lo cierto; y, por lo que veo, a ti también - Thomas guiñó un ojo y la chica asintió.

Caminaron un poco más por los campos. Ella disfrutaba del clima del lugar, así como del paisaje. Pero, de repente, una liebre salió corriendo en el camino y asustó a Morgana, quien empezó a correr de forma intempestiva. Thomas corrió tras de ella con Sísifo, pero Morgana era más rápida.

Bleue se aferró con todas sus fuerzas a la yegua, apretaba a los labios lo más que pudo para evitar gritar de miedo, y si gritaba, lo hacía para poner sobre aviso a cualquier persona que se encontrara en el camino, que eran empleados de los Wolfgang en su mayoría. Morgana empezó a reducir la velocidad. Cuando se detuvo, se paró en sus dos patas traseras y Bleue no pudo mantenerse más por el cansancio y fue derribada. Parte de su peso cayó en su mano izquierda.

No pasó mucho tiempo antes de que Thomas llegara, se bajara de su caballo y revisara la muñeca de la chica.

- No te preocupes - dijo ella acompañada de una mueca de dolor - pienso que no es grave. Solo debemos ir a casa y colocarle hielo.

- Bromeas ¿Cierto? - le respondió el, con el ceño fruncido - Iremos a un hospital ahora mismo.

La Duquesa los vio llegar, enterada de lo acontecido por voz de sus empleados. Vio la compostura que la chica tuvo ante la situación.

Se dirigió a Thomas, antes de que saliera al hospital con una Bleue cuya mano inflamada se había puesto sobre una marqueta de hielo. "Me agrada esta chica" le susurró.

***

La semana que siguió al accidente Bleue la pasó leyendo sobre la historia de Alsatía. Quiso mantenerse lo más quieta posible para recuperarse pronto dado que el grado de la lesión no era alto, era un esguince de grado 2. Tuvo que usar una férula para seguridad de su articulación lastimada, por ello, Cossete se encargaba de peinarla y de asistirla al maquillarse. Aun así, trataba de molestarla lo menos posible al mantener su habitación en orden.

Lejos de decaer o sentirse mal, Bleue mantuvo su buen ánimo. Puso atención a las lecciones de historia de la Duquesa y de su amigo Thomas. Cuando se sintió mejor, les hizo saber que estaba lista para las clases de baile de salón. El día de su primera clase, el maestro la felicitó porque era una bailarina con mucha gracia, soltura y elegancia. Ella lo atribuyó a los años que pasó en los estudios de ballet, lo que colaboró para que ganara más tiempo para recuperarse de la lesión.

Días antes de partir a la capital para atender a la fiesta del príncipe, Bleue se probó el hermoso vestido que la Duquesa le había mandado hacer. El diseñador se había inspirado en un vestido que la señora de aquella casa había utilizado en sus épocas de juventud, cuando solía asistir con su amado esposo a las fiestas del palacio. Los ojos se le llenaron de lágrimas e ilusión cuando vio salir a la chica con aquel diseño puesto.

Qué maravilla! - exclamó emocionado el diseñador - El vestido en sí es una obra de arte, modestia aparte, ¡Pero la modelo que lo porta termina de hacerlo perfecto! - el hombre se deshacía de emoción, al tiempo que le ofrecía una mano a Bleue para que girara, modelando para su benefactora.

- No tengo palabras para describir lo que estoy viendo - la Duquesa estaba encantada, era la primera vez que Bleue la veía tan sonriente.

- ¡Oh, claro que sí! - Le respondió el hombre con voz dulzona, a la vez que tomaba la cabellera de la chica y le hacía un improvisado recogido - Perfección.

- Perfección - asintió la Duquesa.

***

Thomas y Bleue fueron a la terraza de la casa después de cenar para tratar de despejarse un rato. Era la noche anterior a su viaje a la capital, dos días antes de la fiesta del príncipe. Bleue veía pensativa hacia las montañas. Su compañero la sacó de su abstracción.

- ¿En qué piensas, Bleue? - ella sonrió antes de responder.

- Tengo miedo de no hacerlo bien - respondió ella con franqueza.

- ¿Por qué? 

- Sé que me he preparado bien para el día de mañana, a pesar de los impases. Pero es que las demás chicas tienen la ventaja de haber nacido en esta vida.

- Entiendo lo que quieres decir, pero tú tienes algo que ellas no: tu eres Bleue Himaut, con todo lo que ello implica - ella volvió a sonreír y volvió a ver las montañas.

- ¿No tienes miedo de haberte equivocado conmigo? - la chica soltó la pregunta sin más. Thomas sonrió y caminó hacia el barandal de la terraza.

- Voy a contarte una historia. Es la leyenda de estas tierras - tomó un sorbo del vaso de soda que tenía en la mano e inició:

"Décadas después de la caída del imperio romano, cuando las personas eran más libres de transitar por Europa, un hombre partió de Germania con destino a Hispania. Para ello, debía pasar por Galia. 

Había carreteras hechas por los Romanos por estos lares de Europa, pero el hombre decidió no pasar por los pueblos, para no arraigarse a ningún lugar. Estaba decidido a llegar a Hispania por las noticias que había escuchado sobre la prosperidad de esas tierras. El invierno despiadado lo alcanzó y tenía que cruzar montañas cubiertas de nieve. Él había previsto eso, por lo que se aventuró a hacerlo con las provisiones que había conseguido; pensó que podría lograrlo, pero no contó con que el invierno en esas tierras eran implacables. Logró cruzar parte de las montañas, pero el clima recrudeció. Aquel hombre se dio cuenta de que a pesar de lo que había previsto, aquello no había sido suficiente. Tiritaba de frío durante todo el día y la noche, que era donde se le presentaba otra preocupación: los lobos. 

Él había escuchado desde niño las historias de esas creaturas: despiadadas y violentas. Si una aldea germana no había sido capaz de sobrevivir a una manada, ¿Qué podía hacer un solo hombre? El pasaba las noches en cuevas, tratando de no ser encontrado por las bestias. Cuentan que un día, buscando refugio, se metió en la cueva donde estaban los cachorros de una manada. La loba se percató de la presencia del intruso y se puso ávida a atacar. El vio a las crías débiles y decidió dejarles la presa que había cazado.

Pero los días pasaban, y él se debilitaba más y más. Los lobos lo acechaban, pues había visto sus siluetas y escuchado sus aullidos en sus caminatas por los bosques. Sentía como las fuerzas se le iban poco a poco y un día su cuerpo se dio por vencido. Se desplomó, sin más, sobre la nieve. Supo que había llegado el fin.

Milagrosamente, cuando abrió los ojos, se percató de la calidez y la suavidad que lo rodeaba. Los lobos lo protegían del frío con sus propios cuerpos. Aquellos animales crueles y sádicos le habían salvado la vida esa noche. Se quedó con ellos y pudo sobrevivir al crudo invierno gracias a que los animales lo habían tomado como parte de su manada por el acto de piedad que había tenido con sus crías.

Finalmente, el invierno terminó y con su fin dio paso a la primavera. El hombre vio que aquella tierra era buena, fértil y próspera, por lo que abandonó su deseo de llegar a Hispania y se estableció en ese lugar junto a la manada. El decidió honrar a los lobos, puesto que consideraba que esta tierra era de ellos, fue así que llamó a aquel lugar Wolfterra. Aquel hombre fue conocido como 'el de la manada de lobos'*, o simplemente Wolfgang" - Bleue no pudo ocultar la sorpresa - como ya habrás deducido, él es el antepasado de nuestra familia - se escucharon unos pasos y una voz se incorporó a la conversación.

- Ese hombre fue quien colonizó este ducado con ayuda de los lobos, ya que fueron solidarios entre si - la Duquesa tenía una expresión llena de orgullo. Bleue se puso de pie y reverenció a la mujer - La unidad, la solidaridad en grupo y la fortaleza para seguir adelante mientras se está solo son de los valores de nuestra familia y tú tienes estas cualidades, Bleue. Te has unido a nosotros, solidarizándote con nuestros objetivos, has demostrado tener respeto por las demás personas sin importar quienes sean y has tenido la fortaleza de seguir adelante, a pesar de haber tenido tantas pérdidas en la vida. Por eso es que yo te considero como una de nosotros, tienes el corazón de un Wolfgang.

La chica se sorprendió y más aún cuando la Duquesa le entregó un collar de plata con un zafiro. Era el mismo diseño que habían usado las mujeres Wolfgang a lo largo del tiempo. Tenía inscrita de manera muy sutil la letra "B" en la piedra principal. Bleue lo sostuvo en sus manos unos instantes antes de sonreír y abrazar impulsivamente a la Señora. Ella se sorprendió mucho al inicio, pero luego sonrió y le correspondió el abrazo.

Los jóvenes Wolfgang partieron a la capital la mañana siguiente. La Duquesa los vio partir desde la terraza principal de la casa.

 

* Traducido como "The one with the wolf gang".

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